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¿Voy a padecer Alzheimer?

Juan García Ruiz
September 15th, 2019 · 8 min read ·
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Al día siguiente no murió nadie. El hecho, por absolutamente contrario a las normas de la vida, causó en los espíritus una perturbación enorme, efecto a todas luces justificado, basta recordar que no existe noticia en los cuarenta volúmenes de la historia universal, ni siquiera un caso para muestra, de que alguna vez haya ocurrido un fenómeno semejante.

Para la tranquilidad del lector, el fragmento inicial es un extracto de la novela Las intermitencias de la muerte de Saramago (2005). No obstante, sirve como ilustración de la evolución que ha experimentado la esperanza de vida durante los últimos años.

¿Qué es exactamente la esperanza de vida y cuál ha sido su trayectoria en las últimas décadas?

Según el INE (2018), “la esperanza de vida es el número medio de años que esperaría seguir viviendo una persona de una determinada edad en caso de mantenerse el patrón de mortalidad por edad (tasas de mortalidad a cada edad) actualmente observado”. Nuestras condiciones de vida han mejorado en las últimas décadas gracias a los avances médicos, los hábitos nutricionales y el acceso a la educación. Esto, sumado a la reducción de la tasa de mortalidad infantil, se traduce en una esperanza de vida mayor.

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Figura 1. Gráfico generado a partir de los datos publicados por el INE (2018) sobre la esperanza de vida. La esperanza vida (ordenadas) ha sido representada en función del año (abscisas). La línea gris representa los datos de esperanza de vida para las mujeres; la línea amarilla representa los datos de esperanza de vida para los hombres. La línea azul representa los datos de esperanza de vida con independencia del sexo.

El gráfico muestra un incremento importante de la esperanza de vida: las expectativas de vida son en 2018 de casi 10 años más que hace 45 años. No es necesario explicar por qué esto es una buena noticia. Quizá lo interesante sea plantear en qué medida esto es una mala noticia.

La sociedad no está preparada para hacerse cargo de una población capaz de envejecer más que nunca. La vejez suele venir acompañada de un deterioro físico y cognitivo, normalmente fruto de las desregulaciones genéticas asociadas a la edad. En efecto, la expresión genética, normalmente controlada por mecanismos precisos encargados de mantener la homeostasis, empieza a fallar. Tomemos como ejemplo las enzimas HDAC (histonas deacetilasas). La función principal de estas proteínas es la regulación epigenética mediante el control de la acetilación de la cromatina (compuesto formado por ADN y proteínas situado en el núcleo de nuestras células). En otras palabras, las HDAC contribuyen eligiendo qué genes han de ser expresados y en qué momento. La vejez se acompaña de un descontrol de la expresión de HDAC, por lo tanto los genes cuya expresión depende de estas enzimas se ven igualmente afectados. Las HDAC están relacionadas, entre otros, con el deterioro cognitivo y la muerte neuronal asociados al envejecimiento (Penney & Tsai, 2014).

Volvamos a la pregunta inicial: ¿voy a padecer Alzheimer?

No en vano se le ha dado tanta importancia al incremento en la esperanza de vida y al envejecimiento para responder a esta pregunta. En efecto, la edad es el factor de riesgo más importante de la enfermedad de Alzheimer (Alzheimer’s Association, s.f.). La mayoría de pacientes de Alzheimer tienen 65 años o más. A partir de 65 años, el riesgo de padecer Alzheimer se duplica cada cinco años (Alzheimer’s Society, 2016).

Un factor de riesgo es, según la OMS (WHO, s.f.), “cualquier rasgo, característica o exposición de un individuo que aumente su probabilidad de sufrir una enfermedad o lesión”. Algunos factores de riesgo pueden ser controlados, mientras que otros como la edad en el caso del Alzheimer son inevitables. Pero en cualquier caso, cabe recordar que en todo momento hablamos de una probabilidad mayor de desarrollar la enfermedad, y en ningún caso se trata de una certeza. Además, el responsable de la enfermedad no suele ser un solo factor de riesgo, sino una mezcla de varios.

El sexo es otro factor de riesgo de la enfermedad de Alzheimer. La naturaleza de esta relación no se comprende del todo hoy en día. Teniendo en cuenta que las mujeres, tal y como muestra la Figura 1, tienen una esperanza de vida mayor que los hombres, no es difícil deducir que el riesgo de padecer la enfermedad es más importante para ellas. En efecto, al vivir más años, hay más mujeres que hombres capaces de alcanzar una edad en la que el riesgo de padecer Alzheimer es muy elevado. Pero no solo la esperanza de vida explica las diferencias sexuales en la epidemiología del Alzheimer. En un estudio reciente (Pike, 2017), se estudian las variaciones hormonales entre hombres y mujeres como posible explicación de las diferencias en la incidencia del Alzheimer. Por ejemplo, en el artículo se propone que la reducción o cese completo de la producción de estrógenos con el inicio de la menopausia en las mujeres incrementa la vulnerabilidad del cerebro de las mujeres. Esta disminución en la producción de estrógenos no ocurre en los hombres, lo que podría responder al menos en parte a la cuestión de la relación entre el sexo y el Alzheimer. En la misma línea, Snyder et al. (2016) consideran que la explicación de la edad es insuficiente para dar cuenta de la diferente incidencia del Alzheimer entre hombres y mujeres. Los autores sugieren la importancia de tener en cuenta las diferencias neuroanatómicas, neuroquímicas, psicológicas, comportamentales y cognitivas. Por ejemplo, en lo concerniente a las diferencias neuroanatómicas habría que considerar el tamaño del cerebro (ligeramente superior en hombres) y la diferente distribución de la materia gris y la materia blanca (mayor proporción de materia blanca en mujeres).

La genética es también un factor de riesgo. La herencia de determinados genes como el que codifica la proteína APOE (apolipoproteína E) correlaciona con el desarrollo de la enfermedad de Alzheimer. Según la Alzheimer’s Society (2016) se han encontrado más de 20 genes de riesgo. Por lo tanto, el hecho de tener parientes cercanos que han desarrollado la enfermedad de Alzheimer podría suponer un factor de riesgo. Una vez más, cabe aclarar que la relación no es causal directa: se trata únicamente de una correlación. Entre todos los pacientes que han desarrollado Alzheimer, gran parte de ellos posee estos genes. Pero también hay pacientes de Alzheimer que no los poseen, así como personas sanas que sí los poseen. Por lo tanto, no es posible sacar ninguna conclusión definitiva a partir de un genoma. Esto es así en la mayoría de los casos (99%). Tan solo uno de cada cien casos es directamente heredado de la progenitura, y estos pueden empezar a manifestarse antes de los 60 años de edad.

Ninguno de los factores de riesgo mencionados hasta el momento es controlable. No hay que olvidar que existen otros tantos que podemos evitar, reduciendo así la probabilidad de desarrollar la enfermedad de Alzheimer. Algunos ejemplos de factores de riesgo evitables son los siguientes:

  • Inactividad física: la inactividad física está relacionada con cambios en la estructura del cerebro (Alzheimer’s Society, 2016). La actividad física tiene efectos beneficiosos para el cerebro: mejora de la circulación sanguínea cerebral, y como consecuencia mejor oxigenación, condición necesaria para la actividad cognitiva (Hamer & Chida, 2008). Asimismo, tal y como recogen Ma et al. (2017) en su artículo, la actividad física puede estimular la neurogénesis en el hipocampo, favoreciendo así las funciones que dependen de esta estructura (como ciertos tipos de memoria). La actividad física, según explican, podría favorecer la proliferación de astrocitos y un incremento de la secreción de factores de crecimiento y factores neurotróficos.
  • Consumo de tabaco: una revisión bibliográfica realizada por Durazzo, Mattsson y Weiner (2014) para aclarar si el tabaco favorece o disminuye el riesgo de padecer la enfermedad de Alzheimer permite concluir que los fumadores tienen un riesgo mayor de desarrollar la demencia. Los efectos celulares del tabaco, como el estrés oxidativo, se relacionan con la fisiopatología característica del Alzheimer, lo que convierte a esta sustancia en un factor de riesgo.
  • Consumo de alcohol: un consumo regular de alcohol puede incrementar el riesgo de padecer una enfermedad neurodegenerativa. Esto no es difícil de imaginar, puesto que el alcohol puede provocar neurodegeneración e inhibir la neurogénesis (National Institute on Alcohol Abuse and Alcoholism, 2008). Asimismo, Venkataraman, Kalk, Sewell, Ritchie y Lingford-Hughes (2016) establecen que hay una asociación directa entre el consumo de alcohol y la neuroinflamación, proceso que podría desencadenar y/o acelerar el progreso de la enfermedad. Además, según los autores, la neuroinflamación podría estar asociada con un incremento en la cantidad de precursores de beta amiloide en el cerebro (uno de los marcadores biológicos del Alzheimer) y con la neurodegeneración.
  • Hábitos alimenticios: una dieta desequilibrada puede afectar negativamente al sistema nervioso de muchas maneras. Por ejemplo, una dieta demasiado grasienta puede desencadenar problemas arteriales que afecten las vías circulatorias del sistema nervioso, pudiendo llegar a producir daños cerebrales graves (isquemia, hipoxia, necrosis…). En el sitio web del Servicio Nacional de Salud de Inglaterra es posible encontrar información muy útil: consejos prácticos, divulgación sobre lo que es una dieta equilibrada, así como algunas ideas de recetas sanas.

Para concluir y responder por fin a la pregunta: ¿voy a padecer Alzheimer?

La respuesta más fiable a día de hoy es la siguiente: no se sabe. El Alzheimer es una enfermedad muy compleja. Nos falta demasiada información para entender bien esta demencia. Tan solo hay considerar que el factor de riesgo más importante, la edad, no es de los controlables. Envejecemos, nuestro sistema comienza a fallar, el control de la expresión genética es menos minucioso y a nuestro organismo cada vez le cuesta más esfuerzo mantener la homeostasis.

¿Qué se puede hacer?

A nivel personal se pueden hacer muchas cosas: evitar o reducir el consumo de tabaco y alcohol, dedicarle ciertas horas semanales al deporte, seguir una dieta equilibrada, realizar actividades estimulantes para el cerebro (tocar un instrumento musical, probar con la pintura, dedicarle un rato a la lectura…). Para una información un poco más detallada al respecto, es posible consultar la siguiente web.

A gran escala, es necesario investigar. Es importante entender los mecanismos moleculares, celulares, tisulares y orgánicos del Alzheimer antes de lanzarse a crear terapias a ciegas. Es esencial lograr diagnósticos más tempranos para poder reaccionar a tiempo. Es fundamental que los gobiernos inviertan en este tipo de investigación, puesto que se trata de un tema que no solo nos concierne a nivel familiar, sino que además afecta a la economía de los países (en España, por ejemplo, el coste del Alzheimer supone el 2% del PIB). Se estima que en España el coste sociosanitario medio anual por paciente es de aproximadamente 24.000€. En torno al 70% de este precio, unos 15.000€, es asumido por los familiares (The Economist. Intelligence Unit, 2017). Si se invierte adecuadamente el dinero, quizá algún día sea posible responder con mayor seguridad a la pregunta inicial, o en el mejor de los escenarios quizá no tengamos que responder.

Nota: La lista de factores de riesgo no es exhaustiva. La selección se ha hecho en función de la frecuencia de aparición en diferentes artículos de referencia. No se ha incluido la comorbilidad con algunas enfermedades (depresión, diabetes, obesidad) dado que aún hay mucha discusión sobre la posición que ocupan con respecto al Alzheimer (en algunos casos lo preceden y en otros lo suceden). Pueden consultarse más factores de riesgo del Alzheimer (incluyendo las enfermedades asociadas) en el siguiente enlace.

Alzheimer’s Association. (s.f.). Alzheimer. Causas y factores de riesgo. Recuperado 15 septiembre, 2019. Fuente

Alzheimer’s Society. (2016). Risk factors for dementia. Recuperado 15 septiembre, 2019. Fuente

Hamer, M., & Chida, Y. (2008). Physical activity and risk of neurodegenerative disease: a systematic review of prospective evidence. Psychological Medicine, 39(1), 3–11. Fuente

Instituto Nacional de Estadística. (2018, 14 septiembre). INE. Esperanza de vida. Recuperado 15 septiembre, 2019. Fuente

Ma, C., Ma, X., Wang, J., Liu, H., Chen, Y., & Yang, Y. (2017). Physical exercise induces hippocampal neurogenesis and prevents cognitive decline. Behavioural Brain Research, 317, 332–339. Fuente

National Institute on Alcohol Abuse and Alcoholism. (2008). Alcohol-Related Neurodegeneration and Recovery. Recuperado 15 septiembre, 2019. Fuente

Penney, J., & Tsai, L. (2014, 9 diciembre). Histone deacetylases in memory and cognition. Neuroscience, 7(355), 1–7.

Pike, C. J. (2017). Sex and the development of Alzheimer’s disease. J Neurosci Res, 95, 671–680.

Saramago,J. (2005). Las intermitencias de la muerte (traducción de Pilar del Río). Madrid, España: Alfaguara.

Snyder, H. M., Asthana, S., Bain, L., Brinton, R., Craft, S., Dubal, D. B., … Carrillo, M. C. (2016). Sex biology contributions to vulnerability to Alzheimer’s disease: A think tank convened by the Women’s Alzheimer’s Research Initiative. Alzheimer’s & Dementia, 12(11), 1186–1196. Fuente

The Economist. Intelligence Unit. (2017). Assessing the Socioeconomic Impact of Alzheimer’s Disease in Western Europe and Canada. Recuperado 15 septiembre, 2019. Fuente

Venkataraman, A., Kalk, N., Sewell, G., Ritchie, C. W., & Lingford-Hughes, A. (2016). Alcohol and Alzheimer’s Disease—Does Alcohol Dependence Contribute to Beta-Amyloid Deposition, Neuroinflammation and Neurodegeneration in Alzheimer’s Disease? Alcohol and Alcoholism. Fuente

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