Empecemos con un pequeño ejercicio de razonamiento. Un viernes del mes de agosto. Un amigo me llama y me propone ir a la playa al día siguiente. Es verano y la probabilidad de precipitación es baja. No obstante, estamos en Burdeos así que nunca se sabe. Contesto que me apuntaré si hace buen tiempo. El sábado, mi amigo y yo estamos en la playa. ¿Hace buen tiempo? Veamos qué nos dice la lógica.
¿Quieres aprender a hablar un nuevo idioma? ¿Te gustaría tocar algún instrumento musical? ¿Tienes que estudiarte el código civil o sacarte unas oposiciones? Si te encuentras en un proceso de aprendizaje importante, quizá te interese saber lo que tu cerebro opina al respecto. Seguramente habrás escuchado que el aprendizaje es el arte de la repetición. Pero, ¿tiene base científica esta afirmación?
¿Por qué cambiar algo que funciona bien? En principio no hay ninguna razón para hacerlo. Pero ¿realmente nos planteamos si las cosas funcionan bien? Cuando uno llega nuevo a un sitio (por ejemplo, cuando uno se incorpora a un nuevo trabajo) lo más normal es observar cómo se comportan los demás y hacer las cosas de la misma forma, aceptando implícitamente la premisa de que lo que lleva un tiempo repitiéndose de la misma forma debería funcionar bien. ¿Qué ocurre si nadie (ni tú, ni el que llegó antes que tú, ni el anterior) se ha cuestionado nunca sobre el funcionamiento las cosas? ¿Qué ocurre si se perpetúa una práctica que no tiene ningún fundamento?
Imagina que un tren avanzara ante tus ojos hacia un grupo de personas atadas con fuerza a los raíles, entre las que se encontraran algunos familiares tuyos. Imagina que tienes en tu poder una palanca, y que al accionarla pudieras desviar el tren y conducirlo a tomar un carril en el que hay atadas el mismo número de personas, pero esta vez completamente desconocidas. ¿Accionarías la palanca, tomando la responsabilidad de las muertes pero salvando a tus familiares, o dejarías que el tren siguiera su curso inicial sin cargar con el peso de la catástrofe?
“Una mañana, tras un sueño intranquilo, Gregorio Samsa se despertó convertido en un monstruoso insecto. Estaba echado de espaldas sobre un duro caparazón y, al alzar la cabeza, vio su vientre convexo y oscuro, surcado por curvadas callosidades, sobre el que casi no se aguantaba la colcha, que estaba a punto de escurrirse hasta el suelo."
“¡Oh, qué terrible lucha he mantenido contra el sueño últimamente; el sufrimiento de la falta de sueño o el sufrimiento del miedo a dormir, que tantos horrores desconocidos me trae! Qué afortunadas son algunas personas, en cuyas vidas no hay temores ni miedo, para quienes dormir es una bendición que llega cada noche y no trae consigo sino dulces sueños [...]" (Bram Stoker, 1897).