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Culo veo, culo quiero

Juan García Ruiz
June 11th, 2023 · 16 min read ·
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El hombre puede hacer lo que desea, pero no puede elegir lo que desea.

Arthur Schopenhauer

¿Alguna vez has sentido que no valoran tu trabajo como deberían? ¿Se han acostumbrado a que hagas las cosas bien y ya? No es agradable, ¿verdad? ¡Pues tú haces lo mismo! ¡Infravaloras el trabajo que hace tu cerebro cada día, desde que sales de la cama hasta que vuelves a ella! Me explico: ¿Alguna vez te has parado a pensar en la cantidad de cosas que tu cerebro tiene en cuenta cuando te preguntan qué tal estás? Es una pregunta demasiado vaga. Sin embargo, la respuesta a veces puede ser simple. Tan simple como una sola palabra. Bien. Mal. Tirando. ¡Pero esto no quiere decir que nuestro cerebro sea un vago! La realidad es que hay una gran cantidad de procesamiento detrás de estas palabras tan simples. ¿Qué hace tu cerebro cuando dices que estás bien?

Cuando te preguntan qué tal estás, lo que entiende tu cerebro es cuál es tu estado actual. Es decir, qué estás viviendo en el momento en que te hacen la pregunta. Dónde te encuentras, qué ves, qué oyes, cómo vas de salud, cuánto frío, calor, hambre o sed tienes. Pero tu estado actual es también todo lo que te ha pasado últimamente con tus seres queridos y amigos, en tu trabajo, lo bien o mal que dormiste la noche anterior, o lo mucho que necesitas unas vacaciones.

Pero es que hay mucho más que eso. Resulta, que incluso esos factores se influyen entre sí antes de que te dé tiempo a responder. Por ejemplo, si tienes muchísimo frío, probablemente no tengas tanta sed como si tuvieras calor. O si tienes un problema con tu jefe, quizá no te apetezca tanto comer. Y si estás pasando por delante del escaparate de una chocolatería, quizá se te abra el apetito aunque no tuvieras hambre antes de pasar por ahí.

En definitiva, el cómo estamos depende de muchas cosas. Por ejemplo, no es tan simple como necesito nutrientes, así que tengo hambre, o a la inversa, acabo de comer, así que no tengo hambre. El trabajo que hace nuestro cerebro del que no somos conscientes es el de la integración de señales. Señales viscerales que vienen del interior de nuestro organismo, pero también señales que provienen de nuestra percepción y nuestra interacción con el mundo. Es apasionante. Realmente lo es. Pero yo no puedo contaros tanto sobre esto porque no llevo años estudiándolo como Mark Andermann. El laboratorio de Mark Andermann, en la Universidad de Harvard, trata de entender cómo nuestras necesidades alimenticias pueden influir lo que percibimos (o no) en el entorno. Y de forma inversa, cómo lo que percibimos puede influir lo que necesitamos.

Te cuento un poco más sobre Mark, y luego vamos al grano. Mark Andermann creció en una familia de médicos. Cuando charlaba con sus hermanas, padres y abuelos, que estaban en contacto con pacientes, se daba cuenta de que no estaba del todo satisfecho con el nivel actual de comprensión del cerebro. Estudió física en la Universidad McGill, y llevó a cabo un proyecto de neuroimagen humana en el Instituto Neurológico de Montreal. El mismo que Wilder Penfield había fundado 90 años antes. Esta fue una época importante para Mark, porque fue cuando se dio cuenta de que la neurociencia era una oportunidad para conectar con muchas personas a distintos niveles: clínicos, ingenieros, físicos e incluso filósofos. Al fin y al cabo, todos tenían algo en común: el afán por comprender el misterio que albergamos dentro del cráneo.

Juan García Ruiz: Tu investigación se centra en entender cómo nuestras necesidades se ven influenciadas por lo que percibimos. ¿Cómo se lo explicarías a un niño pequeño?

Mark Andermann: A veces, cuando ves comida te entra hambre. Cuando la gente me pregunta qué hago, les digo que estudio justo eso. La forma en que la neurociencia entendía esto era ligeramente diferente: cuando necesitas calorías, tienes hambre. Entonces, cuando ves comida te entran ganas de comerla.

Lo que yo creo es que existe realmente un diálogo muy interesante entre nuestra experiencia del mundo y nuestra sensación de hambre. Nuestro cerebro está diseñado para obtener todo lo que necesitamos, y es perfectamente consciente de que no necesariamente tenemos acceso a comida en todo momento. Así que cuando de repente nos topamos con comida, le damos prioridad y vamos a por ella.

Hace aproximadamente una década, empezamos a estudiar el hipotálamo, una de las partes más antiguas del cerebro que compartimos con los lagartos. Esta zona está relacionada con el impulso de buscar comida. Lo que descubrimos junto con otros grupos de investigación fue que cuando un ratón ve una imagen de comida, esta mera exposición puede suscitar una actividad en el hipotálamo. Es decir, que la parte del cerebro que controla nuestro impulso de buscar comida y la que percibe su disponibilidad en el mundo es la misma.

JGR: Vamos a pensarlo ahora al revés, de la forma en que la neurociencia construyó esta idea. Es decir, lo quiero, lo veo en lugar de lo veo, lo quiero. Si percibimos lo que necesitamos, y nuestras necesidades nutricionales cambian a lo largo del día, ¿puede esto significar que el foco de nuestra percepción también cambia a lo largo del día?

MA: Hay ciertas partes de nuestro cerebro que están ahí para defenderse de la inanición y que sólo se preocupan por las calorías, ya sean de grasas o de hidratos de carbono. Pero hay otras formas de explicar por qué por la mañana nos apetece comer más pan y carbohidratos y por la tarde más grasas. Esto se debe posiblemente a que las grasas son más fáciles de almacenar, mientras que los carbohidratos son más fáciles de quemar inmediatamente cuando sabes que los vas a necesitar. Respondiendo a tu pregunta, tan pronto como el cerebro necesita algo, le presta atención a ese tipo específico de cosa. Hasta los bebés pueden hacer esto. Hay un fenómeno que se conoce como la sabiduría del cuerpo, que se acuñó para definir cómo un bebé puede descubrir al comer brócoli qué mineral le falta, de forma que la próxima vez que se enfrenta a esta carencia, tenderá a buscar el brócoli. Algo que resulta curioso es que cuando se trata de alimentos procesados, donde en lugar de la planta tienes un paquete con brócoli en polvo, somos incapaces de asociar lo que estamos comiendo con los ingredientes que nos está proporcionando. Es decir, que no somos capaces de hacer el mismo tipo de predicciones para las que habíamos evolucionado.

JGR: Entiendo. O sea, que con los alimentos procesados podemos darnos cuenta de que estamos comiendo algo que nos falta, pero luego no tenemos nada con lo que asociar físicamente este aporte. ¿Es así?

MA: Sí. Es muy difícil relacionar el envoltorio de una chocolatina con todas las calorías que contiene. Entre otras cosas, la cantidad de calorías no es proporcional al tamaño del alimento. Creo que muchas de las decisiones alimentarias que se toman hoy en día se ven dificultadas por el hecho de que en realidad no tenemos una cartografía clara de los alimentos que consumimos, ni un procesamiento sensorial correcto de sus calorías y su composición.

JGR: Estudias la percepción y las necesidades alimentarias en roedores. Nuestro caso como seres humanos es un poco diferente porque no necesitamos cazar o buscar comida en la naturaleza. Tenemos supermercados. ¿Está nuestra percepción, como seres humanos, moldeada por nuestras necesidades como lo está para otras especies como los ratones? Supongo que no tenemos que luchar para conseguir lo que necesitamos, por lo que no necesitamos utilizar nuestra percepción tanto como los animales que cazan, por ejemplo.

MA: No es una pregunta fácil. La fácil disponibilidad de alimentos es un fenómeno que sólo tiene unos dos siglos, pero nuestros cerebros no han cambiado mucho en 200 años. Eso no significa que no haya una transmisión cultural y otros factores ambientales que podamos aprender a lo largo de nuestra vida sobre la disponibilidad de alimentos. Y esto puede afectar a lo que nos importa y a lo que percibimos, sí. Pero cuando empieza a hacerse tarde y estás muy cansado, todos los instintos básicos que evolucionaron antes de los supermercados empiezan a sobresalir. Y luego hay otro nivel de complejidad que hemos desarrollado los humanos. Por ejemplo, somos capaces de decir no, gracias, puedo esperar hasta más tarde, aunque vea la comida ahora, esto no es lo que se supone que debo comer. Pero estos circuitos cerebrales pueden ser débiles si no se entrenan desde una edad temprana por las familias y las escuelas.

JGR: Tus trabajos se centran en el modo en que la percepción interactúa con las necesidades nutricionales. ¿Hay otras necesidades que considere tan cruciales como la nutrición? ¿Están las necesidades sociales al mismo nivel?

MA: En última instancia, creo que hay dos necesidades por encima del resto: una es la supervivencia y la otra es la procreación para extender tus genes. De ahí se derivan todas las demás. Esto explica que busquemos constantemente temperaturas que sean sostenibles para la supervivencia. O la necesidad de encontrar suficientes calorías para sobrevivir. También está la necesidad de dormir, que no entendemos demasiado todavía, pero vamos por buen camino. Estas son necesidades fundamentales, y todas ellas se derivan de la necesidad de supervivencia. Creo, y es un poco controvertido, que las necesidades sociales son esencialmente necesidades de supervivencia. Las necesidades sociales son reales, eso no se puede negar. Cuando te encuentras en una situación de aislamiento social, es como si te quitaran la comida. Hay comportamientos, presentes incluso en los animales, que aparecen únicamente cuando las interacciones sociales se han visto restringidas de forma considerable. Por eso lo vemos como una necesidad. Pero es una necesidad egoísta, en el sentido de que al final sirve para ayudar a los individuos a sobrevivir en situaciones difíciles, como en situaciones donde hay agresión. También ayuda a asegurar la supervivencia de la descendencia. Me cuesta ver todo esto desde una perspectiva que no sea la de la utilidad biológica.

JGR: Tu investigación ha demostrado que las necesidades no sólo determinan lo que percibimos, sino también lo que aprendemos y recordamos. ¿Puedes desarrollar un poco esto?

MA: A lo largo de la evolución, algunas partes del cerebro, como el córtex, se han expandido mucho más que las zonas del cerebro relacionadas con las necesidades, situadas en el hipotálamo. Pero esta expansión no se ha producido para que podamos ver Pokémon. El córtex ha empezado a ocupar más terreno para ayudarnos a satisfacer mejor nuestras necesidades. Y una forma de hacerlo es haciendo más sofisticada la búsqueda de alimentos. Una buena memoria nos permite acordarnos de dónde encontramos alimento no sólo hace un día, sino incluso hace un mes. De esta forma, tenemos más posibilidades de volver a encontrar esa fuente de alimento en el futuro. Así que la memoria nos ayuda a sobrevivir. Del mismo modo, tenemos formas de aprender que dependen de lo que necesitamos. Y lo mismo pasa en el caso de las moscas. Si están hambrientas, son capaces de aprender sobre fuentes de comida e ignorar posibles situaciones potencialmente peligrosas para ellas, porque lo que realmente les importa en ese momento son las calorías. Así que lo que aprendemos está en parte determinado por lo que necesitamos.

JGR: ¿De qué forma podría tu investigación tener un impacto en los ciudadanos? ¿Por qué debería importarnos este tema?

MA: Nuestra investigación sobre alimentación puede repercutir en la sociedad de tres maneras. La primera es psicológica. La sociedad critica a muchas personas por tener una voluntad débil, como si no tuvieran la fuerza de voluntad suficiente para no comer ciertos alimentos. Pero lo que estamos demostrando es que hay circuitos muy potentes controlando esto. Somos capaces de señalar una serie de neuronas específicas y decir: “mira, este ratón acaba de comerse toda una cena navideña y está completamente saciado, pero si activamos estas 10.000 neuronas, será capaz de comerse otro 10% de su peso corporal”. El ratón no tiene control una vez que esas neuronas están encendidas. Y creo que puede ser útil ver esto como algo más que la propia voluntad, que es una idea completamente errónea.

La segunda utilidad de esta investigación es que, a medida que identificamos las neuronas específicas que nos impulsan a necesitar y buscar comida, también estamos obteniendo una lista de todas las proteínas y todos los receptores expresados en esas células. Sabemos que esas células también están presentes en los humanos, porque aparecieron muy pronto en la evolución. Están presentes en lagartos, ratones y humanos. Todo esto es muy valioso porque nos permite dirigirnos a una empresa farmacéutica y decir: “aquí tienen una lista de receptores; por favor, fabriquen fármacos mejores y más específicos, con menos efectos secundarios, porque los receptores que nos importan están en estas neuronas y no en otras”.

La tercera forma en que esta investigación contribuye a la sociedad es la más sorprendente. Hemos descubierto que cuando un ratón tiene hambre, las neuronas que promueven la búsqueda de comida lo hacen, en parte, inhibiendo el dolor y la ansiedad. Porque obviamente cuando tienes dolor o ansiedad, comer no es una prioridad. Esto nos inspiró a hablar con psiquiatras que tratan a pacientes con trastornos de la alimentación como la anorexia nerviosa. Y ahora estamos impulsando una nueva idea en ratones. Vemos el hambre como una sensación aversiva. De hecho, en español se habla de matar el hambre. Pero cuando un animal o un ser humano tiene un historial previo de mucha ansiedad, el hambre se percibe como una especie de automedicación. Creemos que tratar la ansiedad antes de que se descontrole puede prevenir el desarrollo de la anorexia nerviosa. Estudiar todo esto con ratones era necesario para identificar las neuronas específicas implicadas, porque ahora podemos dirigirnos a esos circuitos de forma específica, sin ciertos efectos secundarios asociados a personas que pesan menos de 45 kilos. Es decir, podemos atacar los circuitos de la ansiedad y el dolor sin atacar directamente los circuitos del hambre.

JGR: ¿Cuáles son las preguntas que intenta responder tu equipo ahora mismo?

MA: Recibí formación sobre los sentidos externos como el oído, el tacto y la vista. Entonces empecé a darme cuenta de que apenas entendemos cómo nuestro cerebro percibe otras señales como el hambre y la sed, así que decidí centrarme en esto. ¿Por qué sabemos tan poco sobre esto? Se han utilizado televisores para estudiar la visión y excelentes sistemas de sonido para estudiar la audición. Pero no tenemos una forma equivalente de controlar las señales que van desde nuestro cuerpo hasta nuestro cerebro. Al menos hasta hace muy poco.

Lo que intentamos comprender en el laboratorio es cómo el cerebro percibe todas las señales del cuerpo en su conjunto, de forma holística. Con holístico me refiero no sólo al corazón, el estómago o la vejiga, sino a todas las regiones del cuerpo. Incluido el torrente sanguíneo, y sin limitarnos a entender lo que ocurre a través de los nervios que transportan los mensajes al cerebro desde la periferia. Hay regiones en el cerebro que integran toda la información posible del cuerpo y la utilizan para generar una especie de contexto. Por ejemplo, cuando estás en el supermercado, te entra mucha hambre por la comida que ves. Esto es un contexto espacial. Pero a la vez, muchas de las señales del cuerpo crean un contexto interoceptivo. Este contexto es fundamental para comprender los impulsos, pero también para entender la adicción y los estados de abstinencia.

JGR: Para estudiar la motivación de un animal para hacer algo, supongo que primero hay que crear una necesidad. E imagino que esa no es la parte más difícil, ya que se puede crear fácilmente un estado de hambre, por ejemplo, para estudiar la motivación para comer. Lo que veo mucho más difícil es el estudio de la percepción asociada a esta necesidad con animales. Es decir, no se le puede preguntar a un animal: oye, ¿cuáles son las señales sensoriales a las que estás atendiendo ahora mismo? ¿Cómo se aborda este tema en el laboratorio?

MA: Es una pregunta fantástica. Es exactamente la razón por la que me metí en este campo. Un brillante becario postdoctoral llamado Yoav Livneh trabajó conmigo y con Brad Lowell en esto durante varios años. Comenzó con estas neuronas que he mencionado en el hipotálamo. Cuando se activan en un animal no hambriento, el animal comienza a comer. Pero ¿qué pasa si no hay comida alrededor? El animal la busca.

Ahora bien, si le presentas a un animal imágenes u olores de comida, algunas regiones de la corteza cerebral se activan. Pero esto sólo es así cuando los animales tienen hambre. Ya no responden a las imágenes de comida si están saciados. Pero si se activan unas 10.000 neuronas del hipotálamo, el córtex vuelve a reaccionar a las imágenes de comida.

Así que, aunque no podemos preguntar al ratón si está atendiendo a la comida, sí podemos ver que el cerebro del ratón está reaccionando a ella. Una vez que supimos que esas neuronas del hipotálamo estaban afectando de algún modo a todo el cerebro, de forma similar a la respuesta a la comida que se vería en un cerebro hambriento, pudimos empezar a estudiar las conexiones que van del hipotálamo al córtex. Es decir, intentamos comprender el flujo de información que va desde una primera neurona hasta una segunda neurona, que habla con una tercera neurona, y así sucesivamente hasta que llega al córtex. Esto fue importante para nosotros, ya que llegamos mucho más lejos de lo que ya se conocía en humanos.

JGR: ¿Cómo procesa nuestro cerebro las señales alimentarias?

MA: Hay varias estructuras cerebrales implicadas. Por ejemplo, la amígdala funciona como una linterna que alumbra únicamente las cosas que considera relevantes y que son muy salientes, y procesa si son cosas buenas o malas. Hace algo así como subir el volumen de un altavoz para que el resto del cerebro oiga lo que está pasando en este momento, porque es un momento importante. Hemos descubierto que las neuronas del hipotálamo, relacionadas con el impulso de buscar comida, activan o no la amígdala para que ejerza su función de linterna o altavoz en función del estado de saciedad. El hipotálamo funciona como una puerta que se abre o se cierra dependiendo del hambre que se tenga. Así que en primer lugar las imágenes de alimentos entran a través de nuestro ojo en nuestro sistema visual y llegan a la corteza visual en el cerebro. Luego las señales nerviosas pasan por el tálamo y el hipotálamo, donde se evalúa el estado de saciedad. Posteriormente, las señales pasan por la amígdala, y finalmente se desencadena o no la búsqueda de alimento a través de los centros de motivación. La información pasa entonces a la corteza insular, que se preocupa por buscar comida cuando tenemos hambre.

También hicimos algunos estudios donde registramos la actividad en la corteza visual del ratón ante una exposición a imágenes de comida. Lo que vimos tras analizar esta actividad cerebral es que esta activación se repetía más tarde, como si el ratón soñara despierto con la comida, incluso cuando el ratón estaba en completa oscuridad. Al exponer al ratón a otras imágenes no relacionadas con comida, se producía la misma ensoñación, pero con menos frecuencia. Esto podría ser un mecanismo importante para reforzar el recuerdo de la experiencia con la comida, de tal forma que la próxima vez que la vean sepan cómo reaccionar.

JGR: ¿Cuáles son los grandes interrogantes de tu campo de estudio?

MA: Creo que una de las fronteras es que hemos estudiado muchos impulsos por separado y de forma aislada, pero no hemos estudiado cómo compiten entre sí. No entendemos realmente cómo pasamos de una prioridad a otra. Esta idea nos obliga a fusionar muchos campos de estudio diferentes y a plantearnos preguntas de forma más holística. No sólo sentimos hambre. No sólo sentimos dolor. Sentimos todo a la vez. Pero ¿cómo es posible que en un momento dado percibamos una cosa y no otra? La investigación se ha centrado en general en la visión y en otros sistemas sensoriales del córtex. Pero nosotros, junto con otros equipos, estamos descubriendo que una parte importante de la percepción es esta obstaculización en la transferencia de información. Obstaculización que ocurre justo en la puerta de entrada del cerebro. Esta es todavía una idea fronteriza porque nos queda un largo camino para comprenderla.

JGR: Si tuvieras financiación infinita, ¿qué experimento te gustaría hacer, por poco razonable que sea?

MA: Buena pregunta. En realidad no me siento limitado por la financiación. Lo que creo que es un reto en la investigación es la política. Me siento limitado por el hecho de que tengamos que encontrar proyectos que tengan resultados en un plazo de tres o cuatro años. Y algunas de las cuestiones que he descrito tendrían mucho más éxito si alguien pudiera trabajar en ellas durante 10 o 15 años sin presiones del mundo exterior.

Dicho esto, en realidad sí que quiero responder a tu pregunta. Antes creía que registrar la actividad de cada vez más neuronas no era necesariamente una buena idea. Pero hace poco hemos publicado un artículo que demuestra que, si se graban 6.000 neuronas al mismo tiempo, se pueden descodificar los pensamientos de un ratón de una forma que no se podría hacer muy bien con solo 600 neuronas. Así que los nuevos microscopios que permiten pasar de 600 a 6000, o incluso a 60000 neuronas, van a cambiar nuestra forma de hacer la ciencia.

JGR: ¿Cuál es el mejor consejo que te han dado?

MA: Tuve mucha suerte de tener a Chris Moore como mentor durante mi doctorado. Su consejo fue que fuera valiente y no tuviera miedo al riesgo. Si te arriesgas, individualmente fracasarás mucho, pero colectivamente tendrás la oportunidad de triunfar. Pero si no te arriesgas, fracasarás seguro.

JGR: Es bonito, pero también sorprendente que recibieras este tipo de consejo de tu supervisor.

MA: Yo fui el primer doctorando bajo su tutela, así que quizá estaba en su punto álgido de optimismo.

JGR: ¿Qué define a un buen científico?

MA: Creo que la ciencia es dura y no siempre apreciada por la sociedad o los gobiernos. Pero es un privilegio increíble levantarse por la mañana y saber que tu trabajo es averiguar cómo funciona algo. En mi opinión, un científico más realizado y, probablemente, más productivo, es aquel que valora este regalo de poder centrar su vida en el descubrimiento. Aquel que lo valora tanto que lo considera el pago número uno.

JGR: Voy a hacer de abogado del diablo para ponerte a prueba. La investigación es cara. A veces requiere el uso de animales. Y a veces es difícil verle sentido, sobre todo cuando ves que se hacen muchos esfuerzos que parecen vanos. Por ejemplo, en la cura de enfermedades. Pero no sólo en términos de investigación clínica: es difícil dar sentido a la investigación fundamental porque no aporta resultados inmediatos. ¿Qué opinas al respecto?

MA: Creo que es responsabilidad del gobierno y de los científicos educar al ciudadano en que ciertas realidades económicas básicas deberían motivarles a financiar la ciencia, en lugar de intentar convencer a los contribuyentes de que la comprensión del conocimiento es tan valiosa per se que deberían pagar por ella. En otras palabras, la investigación al final sale rentable. Creo que esa es la razón más importante, pero es más fácil atenerse a los hechos. Y el hecho es que, al menos en Estados Unidos, cada dólar invertido en investigación federal ha ahorrado en el último medio siglo muchos más dólares en costes sanitarios. Aunque sólo un porcentaje ínfimo de los proyectos financiados han acabado dando lugar a un medicamento o una cura, estadísticamente es una inversión extremadamente buena. Para que la gente pueda convencer a sus padres y amigos del valor de la investigación, es bueno informarse sobre ciertas situaciones como el desarrollo de las terapias contra el sida. Estas terapias surgieron de personas que estaban estudiando virus muy extraños que no eran particularmente relevantes para nada en concreto. Y al final dieron con algo que acabó siendo la base de terapias extremadamente importantes. Hay muchos otros ejemplos, como el descubrimiento de la insulina, que realmente surgieron de la formación de personas que simplemente se preocupaban por cómo funciona el mundo y, como subproducto, ayudaban a la sociedad. Creo que la otra razón para preocuparse por la investigación es considerar la ciencia como una luz que nos guía y que sigue enseñando a generaciones de personas a pensar sobre la evidencia. Sin la ciencia, el pensamiento crítico podría desaparecer. Entonces tendríamos un grave problema.

JGR: ¿Te gustaría recomendar algún libro?

MA: Uno de los primeros libros que me dio mi supervisor de doctorado se titulaba Anatomía de un descubrimiento científico, escrito por Jeff Goldberg. Es la historia del descubrimiento de las endorfinas, que son esas sustancias químicas naturales que libera nuestro cuerpo cuando salimos a correr largas distancias o en otras situaciones que requieren analgésicos naturales. El libro cuenta lo difícil que resultó purificar una cantidad suficiente de estas moléculas para lograr entenderlas. Pero también ilustra la alegría de los científicos que estaban haciendo el trabajo durante todo el proceso. Lo que queda claro es que estaban saboreando el camino.

JGR: ¿Un mensaje final para los lectores?

MA: Creo que lo único que quiero aclarar es que soy un hombre blanco y que crecí muy protegido. Soy muy consciente de que puedo decir muchas de las cosas que he dicho sobre la importancia de inspirarse y disfrutar con la ciencia porque soy un privilegiado, ya que mi familia podía mantenerse sin preocuparse del siguiente sueldo. Esto me permitió tomar riesgos durante y después de mi formación. Creo este combustible que inspira a alguna gente a hacer ciencia, no está puesto a disposición de todos por parte de la sociedad. Por eso creo que hay que ver la ciencia de forma más amplia, para que no sólo haya gente como yo, que puedo hablar de lo satisfecho que estoy con mi carrera. La ciencia debería estar al alcance de todos.

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